Contraste de lo oscuro y la luz de la literatura

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Alberto Fugüet, incisivo y analítico, periodista y escritor chileno se presentó en la 17ª Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Era 27 de abril de 2004, a diferencia de los días anteriores en Bogotá, aquella tarde de martes era fantasmal.

La capital era una ciudad oscura, nublada e invadida por el agua. Las gotas de lluvia corrían por las ventanas de un pequeño bus que iba de norte a sur por la séptima y los pocos árboles que se veían sólo reflejaban la tristeza de esa misma tarde, lágrimas y lágrimas bajaban por sus hojas.

Llegando al final del largo recorrido, todo cambió, por más gota que cayera del cielo no anulaba la belleza que se admiraba en aquel sitio, la luz radiante de las fuentes, los inmensos pabellones y la plaza de las banderas sobre salían en aquella oscura noche de fantasía literaria.

El ambiente se iba tornando cada vez más cálido, al llegar a un pequeño salón donde 18 personas impacientemente esperaban que por alguna de las dos puertas entrara el gran cronista y novelista chileno, ese hombre descomplicado y analítico que iba a presentar su libro “Las películas de mi vida”.

Por fin, un hombre desconocido de vista para muchos entra al recinto con una sonrisa de lado a lado, vestido de traje verde sin corbata, camisa azul y camiseta gris toma la silla del frente de la mesa, aquella silla reservada para el escritor.

Los espectadores callaron, él parecía uno más, y a la expectativa quedaron de lo que por esa boca bigotuda, aquel hombre podría pronunciar.

Mientras cautivaba a más de uno con la sencillez de su lenguaje que inspiraba largos años de amistad, el brillo de las luces reflejaban en sus anteojos y la expresividad de sus manos y cejas lo decían todo, sin necesidad de una palabra más.

El tiempo pasó, eran ya las ocho de la noche y más de 50 personas anonadadas por la utopía de Alberto Fugüet, continuaban en la sala Tomas Carrasquilla.

Todo cupo en este día, un hombre insólito que no muchos escucharon se pronunció consecutivamente reprochando al escritor, uno loco para la mayoría, pero en sí era tan sólo un caricaturista que ama el arte y la literatura.

Alberto enmarañó con sus palabras hasta el punto de que quienes eran periodistas se sintieron identificados con sus anécdotas de estudiante y la cruda realidad, de no poder escribir lo que se quiere.

Su alegría se ve reflejada en cada una de sus frases, cree en el mismo pero nunca creyó ser escritor y dijo que si se lo hubiera propuesto jamás lo habría logrado.

Se niega a conquistar la crítica después de varios fiascos como el de su novela “por favor rebobinar”, que antes de ser premiada la cambió casi por completo por darle gusto al editor quien le dijo, haz de ella una novela menos fuguetiana y mas literaria.

Es así que en ese pequeño salón donde el aire se vuelve denso y el olor a perro mojado sobresale transcurre mas de dos horas pero nadie sale.

Frases como las que imprime en su última novela, sin sentido o con demasiado sentido envuelven a la gente, es que a quién mas se le puede ocurrir escribir que los dictadores se ponen gafas negras aún si esta haciendo sol.

Detalles significativos encierran sus historias, pensamientos que todos tenemos pero que no nos atrevemos a escribir en un papel, así son sus libros recopilaciones de opiniones sobre películas o intereses personales.

El tiempo se agotó, eran las nueve de la noche y se dio fin a aquella charla entre Ricardo Silva y el escritor, quien dejó una gran huella en la feria y un gran vació ante su partida.

Su partida no fue rápida, la sencillez que lo caracteriza se apoderó en aceptar cada una de las peticiones del público.

Quienes no tenían su última obra “Las películas de mi vida” se apresuraron a comprarla para no desaprovechar que él plasmara su firma allí.

Como ganado arriado se fueron contra la mesa, típico orden colombiano, todos querían ser el primero en recibir su autógrafo hasta que lo invadieron por completo.

Libros sobre la mesa se dejaban autografiar por aquella mano, esa misma que tecleo libros como: “Mala Onda”, “Tinta Roja”, “Macondo” entre otras, dedicatorias para Ana, Camilo y demás, papelitos con su firma pasaban por delante de sus ojos.

Llegaron las 10 de la noche y todo volvió a la realidad, el frío se apoderó de los cuerpos pero las palabras de aquel escritor quedan en los recuerdos, dejando para siempre la anécdota de dejar volar la imaginación y encontrarse a si mismo con la lectura de un gran libro.

Y es así, como la calidez y la fantasía se volvió a opacar al salir de nuevo a las calles de esta ciudad, ver como gota a gota caía, avisando que era triste saber que el encuentro con la literatura concluía y que se nos regresaba al panorama inicial, en ese bus desolado.