Aroma Santafereño

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La Candelaria, Bogotá - Colombia
Por Jéssica Suárez Gómez
A pesar de que 195 años han pasado desde nuestra independencia, los rastros culturales del Nuevo Reino de Granada continúan vigentes en el Centro de Bogotá.

Las calles y casas que reúnen nuestra historia son los únicos testigos que aun tienen vida y recrean nuestro pasado.

Caminando por la Candelaria se revive un ambiente español, los balcones de las casas nos anuncian la arquitectura colonial, que se vislumbra debajo de un sol radiante de domingo.

Son esas calles en pedradas junto al “chorro”, las que nos transportan a espacios europeos y nos conducen a uno de los mejores encuentros artísticos en Bogotá, el Museo Botero.

El museo se convierte en un punto que reúne la sensibilidad, de grandes artistas europeos, y la de nuestro maestro, Fernando Botero.

Dentro de una casona colonial, de dos pisos, con varias habitaciones acomodadas como salas se divide, al lado izquierdo, la donación de la colección personal de Botero y al derecho, las obras de su autoría.

Representantes del cubismo como Léger, Braque y Picasso; el surrealista automatista Joan Miró y el famoso P. Auguste Renoir nos hacen emblandecer con los colores de sus obras y entrar a las dimensiones desconocidas de los pensamientos y espacios de los siglos XIX y XX.

Para quienes no tienen la oportunidad de viajar a los países cunas del arte o conocer el Louvre, el museo Botero se convierten en su única ilusión, una llena de sorpresas, que comienza al entran a una de sus salas y descubrir un mapa de Colombia, del año 1943, que no fue pintado por Botero sino por un artista francés, Fernand Léger.

Toparse con semejante desconcierto hace posible que los cuerpos de los visitantes se invadan de un orgullo nacionalista que reclama tranquilidad, al mismo tiempo, deja claro que Colombia no es un país olvidado, sino que es sólo conocido por los grandes.

El tiempo pasa lentamente desde que comienza el recorrido, es primero la escultura de la mano de Botero quien se limita a dar la bienvenida; el paisaje de L’ile de France, de Renoir, el que invade con magia la realidad; la escultura de Dalí, la que obtiene de cada ser una sonrisa medida desde lo absurdo; las mujeres de vida galante, de Paul Delvaux, las que atrapan nuestra luz y la transportan a esa oscura noche bajo la luna; el cráneo de cabra, de Picasso, el que hace recordar a la Güernica y la guerras que aún siguen vivas, y por último las obras de Botero que bruscamente nos arrancan la magia en la que nos encontrábamos y mediante otros cánones de belleza, que no todos entendemos nos muestra una realidad que queremos ignorar, la gordura.

Al salir por la casa de la moneda observamos que la riqueza de nuestra cuidad no está allí nada más, es en los alrededores, en cada detalle real de la naturaleza, en una hoja o una gota de la fuente situada entre las dos casonas que reencontramos la esperanza y el valor de lo que tenemos.

El sol radiante se esconde entre las nubes pasajeras, y los visitantes, de nuevo, se disponen a recorrer las calles. Pensaríamos en lo imposible que sería dejar la magia en un solo lugar y en lo bello que sería salir de allí, albergando esos recuerdos y disfrutando de los muchos otros espacios culturales con los que cuenta La Candelaria y nos identificamos los bogotanos, antiguos santafereños.

La Puerta Falsa, situado al lado de La Casa Museo 20 de Julio es un lugar mítico de tradición, desconcertante y acogedor, que tiene la habilidad de hechizar, con sus aromas, a los transeúntes que pasan cerca.

Por la puerta que alguna vez salía el sacristán hoy entran los cristianos, los ateos y los extranjeros, pero es que “cómo negarse a un chocolate bien caliente, una almojábana y un tamal santafereño.

En la oscura tarde, unos metros hacia Monserrate, cerca al museo ya visitado, se encuentra el monumento histórico de la ciudad, conocido con el nombre del Chorro de Quevedo. Allí se presume que fue fundada Bogotá y donde actualmente se reúnen cuenteros, “hippies” que venden sus artesanías, estudiantes y extranjeros que no quieren perderse el azul, las figuras en movimiento y el misterio oculto de aquél lugar.

Es imposible olvidar esa Candelaria expresionista, melancólica, llena de color, aromas y vida. Ese núcleo de la ciudad que recoge más de una historia de vida y contextualiza una identidad propia, que podrá ser representada en una fotografía tuya o mía, para jamás olvidar.