Respirando Cultura e historia desde nuestras calles

Museo Botero: Bogotá, Colombia

Por Jéssica Suárez Gómez

Son esas calles en pedradas junto al “chorro”, las que nos transportan a espacios europeos y nos conducen a uno de los mejores encuentros artísticos en Bogotá, el Museo Botero.

El museo se convierte en un punto que reúne la sensibilidad, de grandes artistas europeos, y la de nuestro maestro colombiano, Fernando Botero.

Representantes del cubismo como Léger, Braque y Picasso; el surrealista automatista Joan Miró y el famoso P. Auguste Renoir nos hacen emblandecer con los colores de sus obras y entrar a las dimensiones desconocidas de los pensamientos y espacios de los siglos XIX y XX.

Dentro de una casona colonial, de dos pisos, con varias habitaciones acomodadas como salas, se divide: al lado izquierdo, la donación de la colección personal de Botero y al derecho, las obras de su autoría.

Para quienes no tienen la oportunidad de viajar a los países cunas del arte o conocer el Louvre, el museo Botero se convierten en su única ilusión, una llena de sorpresas, que comienza al entran a una de sus salas y descubrir un mapa de Colombia, del año 1943, que no fue pintado por Botero sino por el artista francés, Fernand Léger.

Toparse con semejante desconcierto hace posible que los cuerpos de los visitantes se invadan de un orgullo nacionalista que reclama tranquilidad, al mismo tiempo, deja claro que Colombia no es un país olvidado, sino que es sólo conocido por los grandes.

El tiempo pasa lentamente desde que comienza el recorrido, es primero la escultura de la mano de Botero quien se limita a dar la bienvenida; el paisaje de L’ile de France, de Renoir, el que invade con magia la realidad; la escultura de Dalí, la que obtiene de cada ser una sonrisa, medida desde lo absurdo; las mujeres de vida galante, de Paul Delvaux, las que atrapan nuestra luz y la transportan a esa oscura noche bajo la luna; el cráneo de cabra, de Picasso, el que hace recordar a la Güernica y la guerra que aún sigue viva n nuestro país, y por último, las obras de Botero que bruscamente nos arrancan de la magia en la que nos encontrábamos y mediante otros cánones de belleza, que no todos entendemos nos muestra una realidad que queremos ignorar, la gordura.

Al salir por la casa de la moneda observamos que la riqueza de nuestro país no está allí nada más. Es en los alrededores, en cada detalle real de la naturaleza, en una hoja o una gota de la fuente situada entre las dos casonas que reencontramos la esperanza y el valor de lo que tenemos.

El sol radiante se esconde entre las nubes pasajeras, y los visitantes del museo, de nuevo, se disponen a recorrer las calles de nuestra hermosa ciudad. Pensaríamos en lo imposible que sería dejar la magia en un lugar y volver a la nocturna Bogotá y no en lo bello que sería salir de allí, albergando esos recuerdos y disfrutando de los otros espacios culturales con los que cuenta La Candelaria.

El Café-Galería Merlín como primer ejemplo, un lugar mítico y misterioso que te embruja. Al frente un monumento histórico, el Chorro de Quevedo donde se presume que fue fundada Bogotá y donde actualmente se reúnen cuenteros, “hippies” que venden sus artesanías, estudiantes y extranjeros que no quieren perderse del misterio oculto de aquél lugar.

Es imposible olvidar esa Candelaria expresionista, melancólica, llena de color y vida, que recoge más de una historia de vida y podrá ser representada en un cuadro tuyo o mío.