Aparentar no significa dominar

Obra de teatro Las preciosas Ridículas


No todas las vidas se cortan con las mismas tijeras, hay quienes desde una obra teatral pueden reflexionar y aprender lo que otros, con los obstáculos de la vida ya han experimentado.

Es estar entre la vida y la muerte lo que nos hace comprender que vivir no es hacerse notar, que la belleza exterior es superficial, que los lujos estarán siempre en un segundo plano, y con una obra teatral como esta conocer sobre el preciosismo, como movimiento francés y reafirmar que fue un absurdo.

Aprender a reír del dolor, hacer de nuestras vidas una tragicomedia, como hace Moliere en las Preciosas ridículas, es tan fácil como dejar a un lado la petulancia, poner en práctica la humildad y valorar el entorno que nuestro destino va destapando.

Hay quienes creen que dominan el mundo por medio del poder que creen tener, a partir de la elegancia adquirida; se sienten con derecho de herir a los demás a cuestas de su pedantería y no miran el interior de esas vidas oscuras que llevan y que jamás dejarán que sean felices.

No hay que ver el movimiento preciosista como un pasado, aún se vive constantemente en nuestro alrededor, pero sin un nombre que lo enmarque. 

Gran mayoría de la juventud vive en la superficialidad, en la rumba y el dinero de papá. Tener el mejor carro significa entrar en la ola de los bonitos, en los mismos que te aceptan por lo que aparentas; así mismo visitar las mejores discotecas te da reconocimiento o un estatus que en la vida real no servirá de nada.

Porque de qué sirve tener una belleza exterior creada, si como seres humanos somos un asco; dónde esta la inteligencia, en qué plano la estamos dejando, con qué sé esta confundiendo, ¿será que los inteligentes si estarán allí?

Igualmente, nos preguntamos por qué la evolución de la sociedad no se ha hecho presente. Fueron los medios de comunicación los encargados de masificar un ideal de belleza erróneo, las mujeres perfectas con medidas de reinas y los hombres con chocolatinas en su abdomen que parecen “Kens”.

Desde pequeños nos han educado a vivir en una sociedad de consumo, nuestras percepciones iniciales adquiridas por los sentidos se ven manipuladas por la información mediática, el lente de la cámara se convierte en nuestros únicos ojos y la información no deja de ser una mercancía que compramos.

Es entonces, desde que consideramos la información una mercancía que “esta ha dejado de verse sometida a los criterios tradicionales de la verificación, la autenticidad o el error y sólo se rige por las leyes del mercado”[1] y la estética, descuidando así, los aspectos humanos y culturales.

No hay que esperar a ver obras como estas para concienciarnos de que la vida no es un pequeño juego de diversión donde la responsabilidad no está presente, hay que ser críticos y ver más allá de lo que nos inculcan los medios, romper los esquemas de la belleza tradicional y enfatizar en la búsqueda de la verdadera, la que escondemos detrás de una coraza o una máscara, y por miedo de no dejamos ver.

Recuerda que el mundo no lo dominas tú sino los medios y si tú estás en esta onda de la que hablo no eres más que un objeto útil de ellos, uno más que no piensa a largo plazo y se deja vislumbrar por lo insignificante, por el consumismo que nos está aplastando.

[1] Kapuscinski, Ryzard. Nuevas censuras, sutiles manipulaciones. La historia «telefalsificada». Páginas 3.