Un 9 de abril en las alturas de la eterna primavera

Después de un periodo difícil de salud, donde se debatían si era un pannus o un trombo valvular y con el miedo de una nueva cirugía a la vista que no se atrevían a hacerla, llegaste un 9 de abril a mi puerta a calmar esa tormenta y enseñarme que los años no se llevan en el alma, recordándome que nunca debemos dejar de ser niños, de tomar riesgos y de aventurarnos.

En tu espejo me vi hace unos años atrás y fue duro ver que me encontraba perdida y que este nuevo bajonazo me estaba nublando y no me dejaba ver mi esencia.


Así que hoy doy gracias... Más que por una botella, que es un hermoso detalle desde la distancia, por entrar en mi vida, por desnudar tu alma, confiar en mí en cada plática y contemplar considerarme como tu familia: como tu hermanita mayor.

Sé que no necesitamos ser hermanos de sangre para querernos como lo hacemos. Cada choque durante la convivencia, por más pequeño o grande que fuera, hizo ver en ti mis errores, aprender a aceptar lo que no me gusta de mí y entenderlo desde otra óptica.

Fueron seis meses de compartir como compañeros de piso donde tu luz siempre fue más grande que tu pequeñita sombra y que fue ese brillo el que me sacó adelante.

Te quiero montones. Gracias por alegrar siempre mi vida. Te hecho de menos hermanito...